domingo, 27 de noviembre de 2011

La vida


Las imágenes se sucedían en  mi mente, una tras otra, tan deprisa como si estuviera viendo el exterior desde una ventana de tren. Todo eran recuerdos, todo era mi vida, solo bastaba con cerrar los ojos y echar la vista atrás.

“…En la cocina se olía a humo de leña. La comida se estaba preparando, y mi abuela y yo cortábamos las verduras.
-Abuela, yo quiero ir a la escuela.
-¿Pero que dices, hija? La escuela es para los hombres.-dijo ella remangándose y limpiando de sus manos los restos de verduras.- Tu no debes de ir, no vale para nada. Solo debes de aprender a hacer todo lo que hacemos yo y tu madre para cuando te cases, y además tienes que cuidar de todos tus hermanos.
-Pero abuela,¡quiero ir a la escuela!-dije con  rabieta infantil
-No lloriquees más y sigue pelando las patatas-dijo a la vez que me arreaba un guantazo…”.

“…olía bien, y las luces con sus distintos matices de colores lo iluminaba todo. La música sonaba de fondo, un grupo tocaba alegres canciones que hacían que la velada fuera perfecta. Todos estábamos allí, mis amigos, mis hermanos, mis primos y los vecinos. Parejas enamoradas se cogían de la mano y salían a bailar. Atrevidos caballeros coqueteaban con todas las chicas;  y las risas, las voces, y el calor de la gente lo llenaba todo. La comida no faltaba, y menos aún el vino. El humo de los cigarros cargaba el ambiente, pero no lo hacia menos placentero.
Yo era la  atrevida, con mi vestido nuevo, salía a bailar sola, a reírme, a cantar si hacía falta. Me movía tan ligera como una pluma y sabía que era el centro de sus miradas. Era mi noche, una noche de libertad y sin tener que fingir lo que no era. ¿Dónde quedaron los prejuicios? Lejos junto a mi casa, lejos junto con las malas lenguas. Me olvidé de todo, me deje llevar por el ambiente, bebí vino y fume todo lo que quise, hable con tanta gente como pude, grite y grité y sin parar de sonreír me tropecé con el destino: el chico más guapo que jamás había visto, esbelto, sonriente, educado y un poco loco, al igual que yo. Pronto sentimos que estábamos hechos el uno para el otro, y esa noche fue una de las mejores de nuestra vida, juntos toda la noche surgió el amor…”

“…la boda… y la noche de bodas. El y yo estábamos  realmente enamorados, yo lo sabía. Habíamos salido durante tres años y después llego el día de nuestra boda. Mi madre y mi abuela siempre decían que había que ser casta y pura hasta el matrimonio, pero yo nunca lo entendí. Se suponía que era pecado, pero nosotros sucumbimos a la pasión. No me arrepiento de aquella escapada en plena noche, cuando vino a buscarme a la casa del pueblo en un imponente caballo negro. Me llevó con el a la orilla del río, escondidos entre las hierba, acostados contra la tierra con la única compañía de la luz de la luna, la cual nos iluminaba con todo su esplendor. Fue una noche fantástica, más de lo que lo hubiera podido ser cualquier noche de bodas.  La boda fue sencilla y elegante, apasionada y emotiva. Un día demasiado feliz para ambos…”

“…Pero los años pasan. Se tienen hijos, si. Cuatro hijos tuve, los alimenté los crié los mande a las mejores escuelas que pude permitirme y los quise tanto y más como pude, pero es evidente que todo pasa y ellos crecen. Crecieron muy deprisa. De un día para otro te los ves siendo bebés, después que terminan la escuela, se hacen mayores, independientes, y por último, se van de casa y te dejan sola. Demasiado sola, tanto que a veces se olvidan de ti, como si solo hubieras sido algo más en sus vidas que ahora les entorpece su camino. Es doloroso. Pero más doloroso fue la muerte de mi marido, cuando realmente me di cuenta que me había quedado realmente sola…”

 Todo me fue pareciendo cada vez más triste. Sentía que el mundo era anacrónico para mí. Todo lo que había conocido ya no estaba. Ya no había pueblos pequeños, ya no nos conocíamos todos los vecinos. Ahora solo quedábamos cuatro viejos. El mundo había evolucionado demasiado deprisa, y yo sentía mi vida escapar. Ahora mi pequeño pueblo era casi parte del centro de la ciudad, ahora todo estaba lleno de ruido, de coches y de cosas extrañas que no sabía lo que eran. Mis hijos ya se habían olvidado de mí, hacia mucho tiempo. Sabía leer y escribir a malas penas, pero me era suficiente. Solo tenía el consuelo de mi pequeño gato, que ya estaba algo viejo, la televisión y el menor de mis nietos, que venía a verme cada semana. Él era el único que lo hacía y eso me producía una alegría arrebatadora. Me ayudaba en la casa e incluso a veces me contaba cosas sobre la vida, y me intentaba hacer entender como había cambiado el mundo, algo ya poco asimilable para mi. Intentaba decirme que era exactamente eso de Internet, o eso de la PlayStation pero siempre acababa confundiendo términos y olvidándome con el paso del tiempo de que era lo que significaba. Todas las tardes salía a la puerta y me daba un pequeño paseo por la acera. No solía salir mucha gente pero me ayudaba a integrarme con el mundo y a la vez a sentirme más sola. Veía a la gente pasar, a los jóvenes, que me miraban mal, quizás por el simple echo de ser vieja, quizá por parecerles un estorbo. Esos podrían ser nietos míos y yo ni saberlo. Van a su bola, a su libre albedrío, sin pensar en los mayores, sin pensar en mí, que me tienen en el último cajón de sus preocupaciones. Me siento casada, agotada, y vieja. Me toco mis arrugadas manos llenas de manchas y noto como en ellas caen de mis ojos las pocas lágrimas que aún soy capaz de derramar.




jueves, 3 de noviembre de 2011

maldita obsesión por lo bello



Reflejos de espejos, maldita obsesión por lo bello.
Reflejos de belleza, manía de aparentar.

Una y otra vez, evitando mirar, el reflejo del espejo. ¿Qué diabólico plan trazará hoy mi otro yo del espejo?

Horrible sonrisa me devuelve, horrible reflejo del espejo, reflejo de mí, esa soy yo.

¿Ilusión óptica o desdichada realidad?

Manías de querer, conseguir lo que no es, obsesión de ser, lo que nunca se será. La perfección queda lejos de la realidad, la belleza es subjetiva; y en mi mente se dibuja, el reflejo del espejo. Reflejos de cristal, reflejos de tu mirada, imágenes del infierno que me acosan a cada momento.

Manía, auténtica manía compulsiva que no me deja respirar. Llorar de impotencia se me da bien. Llorar por ser un peón más del ajedrez, ni yo misma siquiera me puedo a veces comprender. Odio mi reflejo, odio ser lo que soy, odio el cuerpo donde presa estoy.

Maldita obsesión social. Fulgores que me atormentan, tanto y tanto, como cristales clavados en mi piel. Maldito reflejo de mi cuerpo, silueta desdichada y desdibujada que mira sin consuelo su reflejo. Finos trapos tapan el malformado cuerpo, malogrados pensamientos son presos, ideas enjauladas, palabras de rabia y de amargura susurradas en mi mente, palabras que confunden y que hieren, que enloquecen, pensando en cosas absurdas, que dan ganas de afilar una y otra vez la daga del dolor, dolor subjetivo, dolor sentimental, dolor emocional que crece y crece cada día en mi interior más y más.

Condenado mundo de belleza, ¿Qué es bello para ti?